Color que nace de la tierra
En 2012 comencé a teñir todas las fibras naturales con las que trabajaba: lanas, algodón, lino, bambú… y especialmente la seda. Fue un momento de exploración pura, sin saber que ese camino marcaría profundamente mi vida. De todas las fibras, fue la seda la que me abrazó con más fuerza. El capullo se volvió parte de mi mundo, una compañera de vida, una extensión de mi sensibilidad y mi búsqueda.
Así llegué al color vivo de la naturaleza: a las raíces, a las hojas, a las cáscaras, a las flores. Descubrí que la tierra también tiñe, que los residuos de cocina esconden pigmentos, que el color no se impone, sino que se revela cuando lo dejamos ser.
Desde entonces, los tintes naturales son parte esencial de mi obra y de mi día a día. Trabajo con plantas recolectadas de forma responsable, con procesos que respetan los tiempos y el espíritu del oficio. Es una práctica lenta, viva, ritual.
Cada tinte es único. Depende del agua, del clima, del tiempo de reposo, del vínculo con la fibra… y del alma de quien tiñe. Es alquimia vegetal, pero también emocional.
Comparto este saber ancestral y experimental en talleres y espacios de formación en todo el país. Invito a reconectar con el color verdadero, ese que no contamina, que no uniforma, que nace y se transforma como todo lo que está vivo.
Teñir con la naturaleza es dejarse transformar por ella.